Biden no se arrepiente de retirar tropas de Afganistán pese a lloverle críticas hasta en su propio Gobierno

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Saigón 1975. El fantasma de ese desastre histórico flota en la mente de medio mundo. Salvo en la Casa Blanca. Allí el presidente Joe Biden se resiste al tormento de los espíritus, convencido de que no tenía más alternativa que retirar las tropas y dejar al débil Gobierno de Ashraf Ghani a su suerte. Pero por más que el Pentágono diga «no estar enfocado en la historia de Vietnam, sino en la misión» de evacuar a los civiles que le han asistido en estos veinte años de guerra, el envío de 3.000 tropas para apoyar «la reducción de su huella de personal», reza el eufemismo, va dibujando el perfil de la temida foto.

«Bajo ninguna circunstancia vas a ver sacar a la gente en helicóptero desde el tejado de la Embajada de Estados Unidos en Afganistán», prometió el presidente el mes pasado al anunciar que la labor de Estados Unidos concluiría el próximo 31 de agosto. El saqueo de la base de Bagram, que habían abandonado intempestivamente las tropas americanas el día antes de esta promesa, era el presagio del caos en el que quedaría el país, pero nadie, ni siquiera el Pentágono (la sede del departamento de Defensa norteamericano), anticipaba la vertiginosa velocidad a la que caerían los pueblos y ciudades afganos a manos de los talibanes.

El portavoz del Pentágono, John Kirby, señaló este viernes que no quiere «especular» sobre la sorpresa que han experimentado los mandos ante el colapso del Ejército al que EE UU y la OTAN han entrenado durante dos décadas, pero admitió que han visto «con preocupación» la velocidad a la que se movían los talibanes «y la poca resistencia que encontraban». Eso sí, «lo hemos visto igual que lo han visto ustedes», dijo a los periodistas.

Indignado por la caótica retirada después de perder miles de vidas y gastar billones de dólares, el senador Lyndsey Graham escribió a los líderes del Pentágono para preguntarles irónicamente si no quieren revisar la estimación que le dieron en junio al Congreso. Según esta, la salida de las tropas de Afganistán contraía «un riesgo medio» de que emerja de nuevo la amenaza de organizaciones terroristas «en el plazo de dos años».

En privado, varios miembros del Gabinete de Biden empiezan a albergar la idea de que mantener el calendario de una retirada total sin haber pactado con los talibanes fue un error. Incluso los líderes del Congreso que apoyaron la decisión han caído en un silencio sepulcral y la portavoz Nancy Pelosi ha pedido una sesión de explicaciones para todos los miembros nada más volver el día 23 del receso veraniego. En el sopor de agosto, el Congreso está de vacaciones y hasta el presidente pasa el fin de semana en Camp David.

Dos opciones

El equipo más cercano a Biden insiste en que el calendario de retirada ya lo había marcado su antecesor Donald Trump. Si los talibanes no habían matado estadounidenses en el último año era solo porque Trump había aceptado retirarse del país el 1 de mayo y había llevado a cabo una reducción gradual que dejó solo 2.500 tropas. Por eso Biden solo tenía únicamente dos opciones: continuar con el compromiso pactado o enviar más tropas a Afganistán, algo para lo que ni él ni el pueblo estadounidense tenían apetito.

Su portavoz, Jen Psaki, insistió en que todavía no se puede asumir la caída del Gobierno de Kabul, al igual que el Departamento de Estado sostiene que la Embajada sigue abierta mientras sus empleados destruyen documentos y empaquetan sus cosas. En todo caso, Washington ha advertido a los talibanes que volverá a la lucha si atacan la legación.

Los insurgentes, mientras, están decapitando traductores y buscan casa por casa a aquellos que trabajaron para EE UU o la OTAN, por lo que incluir a los colaboradores afganos y sus familias en la evacuación no es solo un gesto humanitario sino una obligación para mantener un mínimo de credibilidad. «La onda expansiva de esto va ser tremenda», auguró el senador Graham. «Perder en un sitio te hace daño en cada sitio», advirtió.

Con las banderas talibanas ondeando en las colinas cercanas y cada parque de la capital convertido en un improvisado campo de refugiados, los cinco o seis kilómetros que separan a la Embajada estadounidense del aeropuerto Hamid Karzai son ahora los más peligrosos del país. Y para este domingo, cuando estén en posición los 3.000 soldados estadounidenses enviados para custodiarla, será además la única segura.

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